— ¡Lucia por favor, llame a Félix, que
venga a mi despacho!
— De acuerdo Don Antonio.
Don Antonio se queda
pensando cómo le dirá a Félix que le va a despedir, aun se acuerda de la
reunión con el Director General que ha tenido a primera hora; sus palabras se
le quedaron grabadas: “Para ahorrar costes hay que despedir a diez de los más
antiguos y sustituirlos por veinte becarios” y al primero que le tocaba era a
Félix, llevaba en la empresa más de treinta años trabajando de administrativo haciéndolo
tan bien que no le han ascendido por miedo a perder un administrativo. Le pregunto
al Director General si le daba cuarenta y cinco días por año trabajado sin topes
de años pero el Director General se ha negado, diciendo que con veinte días y
el tope de dos años y los dos años de paro era suficiente. Le daba un poco de
compasión, estaba leyendo su ficha de personal que tenía cincuenta años y tres
hijos.
Escucha unos golpes en la puerta que
le devuelven a la realidad y entra Félix.
— ¿Buenos días, me ha llamado Don
Antonio?
—Si, por favor siéntate.
Félix se sienta en el
borde de la silla, comienza a notar sudor en las palmas de la mano y gotas frías
que le caen por los sobacos. Que me llame el Director de Personal solo quiere
decir una cosa: “A la calle” pensaba mientras se acomodaba.
—Como sabes Félix, desde hace tiempo
las cosas no van bien, estamos en una crisis muy dura y larga, todas las
empresas están reduciendo gastos.
— ¡Perdone que le interrumpa! —Salto
Félix con la cara descompuesta por los nervios. —Pero desde hace cinco años que
no me suben el suelo y el año pasado nos bajaron el cinco por ciento del
salario para no tener que despedir a nadie.
— Ves si me das la razón, estamos muy
mal y tenemos que abaratar costes de mano de obra.
Félix comenzó a
enfermar, y lo que estaba escuchando no le gustaba nada. Se removió en su
asiento abriendo los ojos como platos.
—Por lo tanto, —Continuaba Don
Antonio— nos vemos en la necesidad de despedirte, dándote un sustancial
incentivo con dos años de paro.
— ¿No hay otra solución? ¡Puedo
trabajar más horas! ¡Que me bajen el sueldo! ¡Algo se podrá hacer! — Lo decía
clavándose las uñas en las palmas de la mano.
—Lo siendo, Félix. Creo que es una muy
buena gratificación de veinte días por año.
— ¿Cuándo sería efectiva?
— Estamos a 25 de abril, pues a final
de mes.
De golpe se le cayó la
barbilla, quedándose con la boca abierta y la mente en blanco. De repente pensó
en su Mujer que estaba de baja maternal y sus otros dos hijos.
—Si quieres como favor especial a tus
años en la empresa puedo subirte a veinte dos días por año trabajado.
—Félix algo recobrado pregunta. — ¿Hay
algún tope? Pues llevo trabajando muchos años en la empresa.
— ¡Claro! Siempre está el tope de los
dos años como máximo.
— Esto es un robo, Don Antonio. Tantos
años trabajando y dejándome la salud y ahora a la calle. ¡Qué he hecho mal!
Todos los años me felicitan por mi buen comportamiento y exquisito trabajo en
el almacén. ¿Se ha perdido algún albarán? —Poco a poco Félix se iba acalorando,
la cara se le estaba poniendo roja y también estaba pensando en su mujer y sus
dos hijos.
—Tranquilízate, es la crisis que nos
toca a todos; ahora te ha tocado a ti. —Mientras hablaba, desviaba la mirada a
los papeles que tenía encima de la mesa. No quería mirar continuamente a Félix
pues le daba pena.
Félix, completamente abatido y con la
cabeza en blanco, se levantó y salió del despacho. No se detuvo en su mesa, sus
compañeros le miraban con cara de pena pero estaban esperando que Lucia llamara
al siguiente. Continúo andando y salió de la empresa. Tenía que encontrar
trabajo lo antes posible, para dar de comer a su familia. Nunca había trabajado
en otro sitio ni sabía hacer otra cosa. Iba mirando los escaparates sin verlos.
De pronto vio en la puerta de un comercio: “Se necesita emplad@” y le dio un
vuelco el corazón, iba decidido a entrar cuando se dio cuenta que la tienda era
de lencería; miro hacia arriba y vio el letrero INTIMISSIMI. Desplego una
sonrisa y continuo andando. Se decía: “Como puedo ser tan tonto, es un trabajo
como otro cualquiera, tengo que perder la vergüenza. En el próximo anuncio que
vea me ofrezco.
Estaba tan abstraído en
sus pensamientos que volvió a ver otro anuncio que decía: “Se necesita
ayudante, no hace falta experiencia” y sin pensárselo dos veces entró. No leyó el
nombre de la tienda: “Clínica Veterinaria”.
Un abrazo.
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