domingo, 1 de mayo de 2016

Director de personal










— ¡Lucia por favor, llame a Félix, que venga a mi despacho!
— De acuerdo Don Antonio.
Don Antonio se queda pensando cómo le dirá a Félix que le va a despedir, aun se acuerda de la reunión con el Director General que ha tenido a primera hora; sus palabras se le quedaron grabadas: “Para ahorrar costes hay que despedir a diez de los más antiguos y sustituirlos por veinte becarios” y al primero que le tocaba era a Félix, llevaba en la empresa más de treinta años trabajando de administrativo haciéndolo tan bien que no le han ascendido por miedo a perder un administrativo. Le pregunto al Director General si le daba cuarenta y cinco días por año trabajado sin topes de años pero el Director General se ha negado, diciendo que con veinte días y el tope de dos años y los dos años de paro era suficiente. Le daba un poco de compasión, estaba leyendo su ficha de personal que tenía cincuenta años y tres hijos.

Escucha unos golpes en la puerta que le devuelven a la realidad y entra Félix.
— ¿Buenos días, me ha llamado Don Antonio?
—Si, por favor siéntate.
Félix se sienta en el borde de la silla, comienza a notar sudor en las palmas de la mano y gotas frías que le caen por los sobacos. Que me llame el Director de Personal solo quiere decir una cosa: “A la calle” pensaba mientras se acomodaba.
—Como sabes Félix, desde hace tiempo las cosas no van bien, estamos en una crisis muy dura y larga, todas las empresas están reduciendo gastos.
— ¡Perdone que le interrumpa! —Salto Félix con la cara descompuesta por los nervios. —Pero desde hace cinco años que no me suben el suelo y el año pasado nos bajaron el cinco por ciento del salario para no tener que despedir a nadie.
— Ves si me das la razón, estamos muy mal y tenemos que abaratar costes de mano de obra.
Félix comenzó a enfermar, y lo que estaba escuchando no le gustaba nada. Se removió en su asiento abriendo los ojos como platos.
—Por lo tanto, —Continuaba Don Antonio— nos vemos en la necesidad de despedirte, dándote un sustancial incentivo con dos años de paro.
— ¿No hay otra solución? ¡Puedo trabajar más horas! ¡Que me bajen el sueldo! ¡Algo se podrá hacer! — Lo decía clavándose las uñas en las palmas de la mano.
—Lo siendo, Félix. Creo que es una muy buena gratificación de veinte días por año.
— ¿Cuándo sería efectiva?
— Estamos a 25 de abril, pues a final de mes.
De golpe se le cayó la barbilla, quedándose con la boca abierta y la mente en blanco. De repente pensó en su Mujer que estaba de baja maternal y sus otros dos hijos.
—Si quieres como favor especial a tus años en la empresa puedo subirte a veinte dos días por año trabajado.
—Félix algo recobrado pregunta. — ¿Hay algún tope? Pues llevo trabajando muchos años en la empresa.
— ¡Claro! Siempre está el tope de los dos años como máximo.
— Esto es un robo, Don Antonio. Tantos años trabajando y dejándome la salud y ahora a la calle. ¡Qué he hecho mal! Todos los años me felicitan por mi buen comportamiento y exquisito trabajo en el almacén. ¿Se ha perdido algún albarán? —Poco a poco Félix se iba acalorando, la cara se le estaba poniendo roja y también estaba pensando en su mujer y sus dos hijos.
—Tranquilízate, es la crisis que nos toca a todos; ahora te ha tocado a ti. —Mientras hablaba, desviaba la mirada a los papeles que tenía encima de la mesa. No quería mirar continuamente a Félix pues le daba pena.
Félix, completamente abatido y con la cabeza en blanco, se levantó y salió del despacho. No se detuvo en su mesa, sus compañeros le miraban con cara de pena pero estaban esperando que Lucia llamara al siguiente. Continúo andando y salió de la empresa. Tenía que encontrar trabajo lo antes posible, para dar de comer a su familia. Nunca había trabajado en otro sitio ni sabía hacer otra cosa. Iba mirando los escaparates sin verlos. De pronto vio en la puerta de un comercio: “Se necesita emplad@” y le dio un vuelco el corazón, iba decidido a entrar cuando se dio cuenta que la tienda era de lencería; miro hacia arriba y vio el letrero INTIMISSIMI. Desplego una sonrisa y continuo andando. Se decía: “Como puedo ser tan tonto, es un trabajo como otro cualquiera, tengo que perder la vergüenza. En el próximo anuncio que vea me ofrezco.
Estaba tan abstraído en sus pensamientos que volvió a ver otro anuncio que decía: “Se necesita ayudante, no hace falta experiencia” y sin pensárselo dos veces entró. No leyó el nombre de la tienda: “Clínica Veterinaria”.
 
 
Un abrazo.
 
 
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