"Sí"
— ¡Mama, Mama, mira es Papa Noel!
Todos los chicos
se acercaban al papa Noel que estaba a la entrada de la juguetería. La quedaba
muy bien el disfraz que había alquilado la tienda, para llamar la atención le habían
puesto unos cascabeles en el gorro. Cada vez que movía la cabeza sonaban los
cascabeles y no paraba de moverla, de delante a atrás, como diciendo sí. No
paraba, siempre sonriendo y teniendo amables
palabras para los niños. Hacía mucho frío, era el peor invierno de los últimos
tiempos y de vez en cuando tenía que meterse en la tienda para no helarse.
Dentro continuaba moviendo la cabeza, aunque la decían que podía parar,
continuaba moviéndola y sonriendo.
Era su mes de
felicidad, luego quedaban once meses de angustia, desesperación, ansiedad y
ganas de morirse. Pero aún la quedaban veinte días para disfrutar, todos
pensaban que mover la cabeza lo hacía para hacer gracia,
pero nadie sabía que no podía parar. Desde que quisieron robarla el bolso al
salir de la discoteca, hace ahora tres años, su vida cambió radicalmente.
La manía de
abrazar el bolso la acepto como medida de seguridad y no le dio ninguna importancia,
incluso la pareció bien. Sin embargo no poder ir sola por las noches, la afecto
mucho, muchísimo pues estaba viviendo con Juan y cuando volvía a casa por las noches
no era capaz de ir sola desde el coche al portal; cuando aparcaba un poco lejos
llamaba a Juan para que bajara a buscarla y subir juntos, pero cuando ella
llegaba la primera, la entraba tanta ansiedad que se quedaba bloqueada.
Incluso, estuvo bastantes días esperándolo en el coche.
Fue a varios
psicólogos y todos más o menos la mandaron hacer ejercicios de relajación e ir
oyendo música para distraerse. Se le fue quitando el miedo, fue una lucha
titánica contra ella misma pero al final venció. Pero cada vez que disminuía su
miedo comenzaba a mover la cabeza de delante hacia atrás, como diciendo sí.
Este movimiento cada vez era más acusado, iba por la calle y todos se quedaban
mirándola. No podía parar y la daba una rabia terrible.
En el trabajo, la
miraban de forma distinta, la tenían compasión, pero muchas veces la imitaban y
cuando se daba cuenta rompía a llorar en silencio. La llamaban cariñosamente
“Si”, pero ese nombre la dolía mucho más.
Poco a poco fue
pasando la Navidad, solamente el pensar que tenía que quitarse el disfraz y
caminar por la calle otros once meses, la volvía loca. Cada vez tenía más
ansiedad y le era imposible conciliar el sueño, tenía que tomarse pastillas
para dormir.
En Navidad era muy
feliz, sobre todo cuando los niños se acercaban a darla besos y la decían “te
quiero”.
Feliz Navidad Adictos, os mando un abrazo.
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