miércoles, 11 de febrero de 2015

Proyecto de febrero: Amor, amor...


Proyecto de febrero: Amor, amor... 

Tal como acostumbramos por estas fechas tan amorosas, dedicaremos el ejercicio de febrero a escribir un especial romántico/erótico. La idea es hacer un recopilatorio para descarga, en el caso de que se presenten los suficientes relatos, así que ¡ANIMAOS! Daremos tiempo de sobra y margen para hacer el relato, aunque no coincida la fecha de publicación con el día 14.

1. El ejercicio consistirá en escribir un relato romántico o, quien lo prefiera, erótico, que si bien podréis basarlo en la festividad de San Valentín, NO ES OBLIGATORIO. El tema será libre.


FASE 1.
Como quedan pocos días para el 14, y con la idea de publicar algo ese día, la primera fase consistirá en escribir UNA FRASE, a modo de anuncio o avance, de lo que será nuestro relato.

— ¡Caballero, se quiere estar quieto! Así, así, despacio — Decía la masajista.

FASE 2.
El ejercicio consistirá en escribir un relato romántico o, quien lo prefiera, erótico, que si bien podréis basarlo en la festividad de San Valentín, NO ES OBLIGATORIO. El tema será libre


El botón



— ¡Caballero, se quiere estar quieto! Así, así, despacio — Decía la masajista.

El abuelo no se estaba quieto, había tenido siempre muchas cosquillas y ahora no iba a cambiar, la masajista estaba intentando colocarle en la camilla, para darle un masaje en la espalda y poder disminuir su dolor de lumbago. Al acabar la sesión le llevaron al salón donde estaba la abuela Milagros, sus hijos les habían regalado una estancia de un mes en el Balneario de Compostela y tenían que aprovecharlo. Se apuntaban a todas las actividades que podían: Sauna, jacuzzi, un baño turco y un servicio de masajes para su relajación. La abuela se había apuntado al aeróbic, eran felices estando juntos. 

La pareja rondaba los noventa años, la abuela se conservaba muy bien, andaba muy derecha, era delgada y alta con el pelo negro y alguna cana revoltosa. Tenía esos ojos de traviesa y curiosa que tanto le gustaban al abuelo. Había tenido cinco hijos que ya les habían dado doce nietos. 

— ¡Venga abuelo que no se diga! —le decía Milagros.
— ¿Sabes qué día es mañana? —Le susurro el abuelo al oído.
— ¡Pues claro! ¿Quién te lo ha chivado? Seguro que ha sido Felisín —Decía Milagros mientras se sentaba en el sofá, al lado de Manolo.
—Mira que eres bruja. ¿Cómo sabes quién me lo ha recordado?
—Por intuición, bobo. Mañana es nuestro aniversario y llevamos sesenta y nueve años juntos ¿Qué te parece?
—Tres o cuatro vidas, pero a tu lado se me han hecho muy cortas —Decía Manolo, colocándose la silla de ruedas más cerca de Milagros sin soltarle la mano.

Manolo mantenía el pelo con mucho mimo, con canas, sin bigote ni barba pero con una cara de buena persona terrible. Delgado, con manos finas de trabajar en un despacho.

—Estaba recordando cuando me diste el primer beso, ya llevábamos varios meses de novios y fue en la mejilla, menos mal que no nos pilló mi padre —Dijo Milagros, riéndose.
—En aquel entonces era diferente, nos teníamos que esconder de tus padres y de los míos para darnos un beso o "tener derecho a roce" como dicen los nietos —Se estaban riendo y recordando aquellos tiempos—. Que tiempos, cuando nos casamos comenzamos a tener algo más de libertad pero no sabíamos hacerlo, era un poco al tuntún y fíjate cinco hijos, si llegamos a saber...
—Sí, pero acuérdate, cuando los niños se hicieron mayores teníamos que escondernos de ellos, una vez casi nos pillan en la cocina, me sentaste encima de la lavadora cuando centrifugaba, ¡Que locura! —Milagros se reía, acariciándole la mano a Manolo.

Se ríen los dos, quedándose en silencio un rato. Recordando aquellos momentos.

—Sabes, hemos hecho lo que podíamos, lo mejor ha sido cuando se han hecho mayores y se iban los fines de semana y nos dejaban solos, un fin de semana para nosotros solos —Decía Manolo hinchando pecho y dándose golpes con los puños.
—Aún me acuerdo cuando estuvimos en Asturias, en casa de los tíos y lo hicimos en el pajar aprovechando que estábamos solos. Creo que lo recordaré toda la vida — Le dijo la abuela, poniendo cara de pícara y romántica, sin dejar de acariciarle.
—No seas exagerada, estuvo muy bien pero no fue para tanto.
—Venga abuelo, nunca te he visto así, ¡Fue fabuloso! Si pudiera lo repetiría —lo decía rotundamente, con una gran sonrisa y abriendo los ojos.
—Pues conmigo ahora no cuentes, ni mimándola se me despierta.
—Mira, todavía se me revoluciona el corazón de pensarlo —Le cogió la mano a Manolo y se la puso en el corazón.
— ¿No notas cómo está? 
— ¡Fabulosa!
— ¡Me refiero al corazón, tonto! — Milagros estaba muy animada, estaba viviendo aquel momento de hace tantos años—. Estábamos solos, subimos la manta del comedor y nos escondimos arriba en el pajar. Era una tarde preciosa, la luz se colaba por las rendijas y nos iluminaba. Me desnudaste poco a poco besándome por todas partes, te hiciste un lío con la enagua y no sabías quitarme el sujetador.
— ¡Ya! menos mal que me ayudaste.
—Estuvimos mucho tiempo dándonos besos por todas partes, ¡uf! como me gustaba que me chuparas los pezones y todavía me gusta ¿Lo sabes?
— ¡Claro! no se me olvidara en la vida —le dijo mirándola a los ojos verdes, sin soltarla la mano comenzó a besarla en los dedos.
—Y cuando te quite el calzón —decía la abuela mirándole a los ojos y sonriendo—. Ahí me dejaste loca del todo, nunca te había visto entero a la luz y sin prisas. Todo lo que veía era mío, ¡Dios! En ese momento me prometí a mí misma que serias siempre mío.
—Pues no me dijiste nada —susurraba Manolo, que continuaba dándola besos.
—No podía, habías comenzado a besarme las piernas, desde el tobillo hasta el conejito y cuando llegaste, me pego un subidón de muerte, y cuando jugaste con mi botón estaba que explotaba, me salía el corazón por la boca.
—Solo recordarlo, me parece ciencia-ficción —Susurraba Manolo.
—Pues estaba como loca, luego se te ocurrió una locura
— ¿Cuál?
—Me diste la vuelta, no sabía que querías hacer pero cuando noté que nos uníamos comencé a flotar y cuando me apretaste de nuevo el botón y jugaste con él, empecé a romperme en mil pedazos.
—Pues creo que solo me rompí en cuatro o cinco pedazos —Dijo Manolo muy convencido.
—Aquello fue divino, nunca lo olvidaré
—Ni yo, ¡Uf! que polvo hemos echado —Dijo Manolo guiñándole un ojo a Milagros.


Un abrazo para todos los adictos.








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